A veces tengo que ver la realidad para creeren ella, otras veces tengo que creer en la realidad para verla. Por una partequiero ver milagros para cambiar mi fe, y, por la otra, quiero cambiar mi fepara ver milagros.
Mientras escribo estas líneas veo por miventana un árbol. Este pertenece a la dura realidad. ¿Si yo me muero, el árbolquedará ahí?. No cabe ninguna duda. ¿Pero no podría pasarle al árbol lo que anosotros, cuando muere un familiar querido? ¿En este caso qué lamentamos más:la ausencia definitiva del familiar, o más bien la hermosa opinión que él teníade nosotros? ¿Le pasará lo mismo al árbol? Yo siempre lo he visto hermoso, y mivecino, quien es muy práctico, ya no lo verá así. Cuando yo muera, morirá mi opinión sobre el árbol, y el árbol se pondrámuy triste y se morirá también.
¿Pero no habíamos dicho que la realidad esdura, inflexible y lógica? Así lo dicen los devotos de la ciencia. Pero a mínadie me saca la sospecha de que los árboles no obstante piensan y sienten. Porqué¿qué es la ciencia? No es más que el inventode los débiles que siempre necesitan una dura realidad ante sí, llena defórmulas matemáticas y deberes impuestos, sólo porque tienen miedo de que unárbol los salude alguna mañana cuando van al trabajo. Un árbol que dialogasería la puerta abierta al espanto y nosotros queremos estar tranquilos, ydialogar con nuestros prójimos y con nadie más. Evidentemente no creemos en lamagia, no sólo porque tengamos una firme convicción de la dureza de larealidad, sino ante todo porque necesitamos llevarnos bien con 6 millones deprójimos encerrados en la ciudad de Buenos Aires. Y para ello es preciso poneren vereda a los árboles con su lenguaje monstruoso y creer en la dura,inflexible y lógica realidad.
Indios, porteños y dioses. Rodolfo Kusch.
FOTO: MARIA SOL DEPETRIS
http://www.flickr.com/photos/enriquetta/3946681078/in/set-72157605076173152
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